Viago, Deacon y Vladislav son tres vampiros que comparten piso en Nueva Zelanda. Hacen lo posible por adaptarse a la sociedad moderna: pagan el alquiler, se reparten las tareas domésticas e intentan que les inviten a entrar en los clubs. Una vida normal, salvo por una pequeña diferencia: son inmortales y tienen que alimentarse de sangre humana. Cuando su compañero del sótano, Petyr, convierte en vampiro a Nick, nuestros protagonistas deberán enseñarle como funciona todo en su recién estrenada vida eterna.
En la peli que nos ocupa, los personajes son extremos, y sus directores los enfrentan a situaciones cotidianas que desde su punto de vista son absolutamente desternillantes. Humor a raudales, negro y macabro, estupendos aspectos técnico e interpretativo, (el sólido elenco está francamente perfecto, a destacar Jonathon Brugh), la única pega que uno puede ponerle después de disfrutarla a saco es su desarrollo demasiado convencional y no tener un final excesivo y salvaje como era de esperar.
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