domingo, 30 de diciembre de 2018

Aquaman (James Wan, 2018)

Aquaman (James Wan, 2018)


Por Adelaida Valcarce 



Aquaman es la sexta película del universo DC y la primera individual sobre el Señor de los Mares encarnado por Jason Momoa, cuyo personaje conocimos brevemente en Batman vs Superman (2016) y en La Liga de la Justicia (2017). En ésta última también aparecía por primera vez la princesa Mera aquí encarnada por Amber Heard.

El film de James Wan es un relato de origen, no hay problemas si se conoce poco o nada de superhéroes y esa independencia es un acicate más para ver la película porque no exige esfuerzo alguno en  sabiduría de cómics.

La cinta es una mezcla kitsh entre la leyenda del Rey Arturo, la aventura y jocosidad  del  vídeojuego Indiana Jones and the fate of Atlantis (1992) y los colores exaltados de Flash Gordon (1980) o Tron Legacy ( 2010). Dicho ésto, es posible que algún espectador sienta a priori la tentación de salir corriendo ante el pastiche, pero sería una reacción errónea ya que el resultado es un muy disfrutable film por la capacidad de Wan para reírse de lo que cuenta. Si en un principio se podría pensar en un resultado desastroso, el visionado es un verdadero goce que se ve con mucho agrado a pesar del largo metraje. El placer visual que supone termina convenciendo al espectador más escéptico que  queda ganado para la causa.

Sí es cierto que el villano secundario, Black Manta está un poco desaprovechado pero el resto del guión es perfecto y tanto William Dafoe y Nicole Kidman están correctos en sus roles. Muy destacable es la  química innegable entre Momoa y Heard que dará mucho juego en las previsibles secuelas. 

James Wan consigue, tal y como hizo en la séptima entrega de Fast and Furious tras la muerte de Christopher Walken,  secuencias de acción bien filmadas, atractivo visual y un ritmo trepidante sin olvidar escenas conmovedoras que son algo muy positivo para DC y creo que éste es el camino que la factoría debe seguir en el futuro. Es muy sano dejar las sesudas reflexiones y reirse de su sombra, olvidarse de la solemnidad y atmosfera sombría en aras de un espectáculo atractivo y competir así definitivamente con Marvel. Veremos si en el futuro hablamos de un antes y un después para DC con esta película.

miércoles, 12 de diciembre de 2018

Expediente 64. Los casos del Departamento Q ( Christoffer Boe, 2018)

Expediente 64. Los casos del Departamento Q ( Christoffer Boe, 2018)

Por Adelaida Valcarce 



El thriller procedente de los países nórdicos está de enhorabuena una vez más. No son pocos los títulos notables que han venido estos frios lugares en los últimos años: las trilogías literarias de Pusher o Millennium, Headhunters, Reykjavík-Rotterdam, Dinero fácil, las sagas de Varg Veum o Los crímenes de Fjällbacka... y la lista no acaba. Un hecho da la verdadera prueba de esta afirmación, y es que en Estados Unidos algunos ya han sido objeto de remakes y  algunos de sus artífices han sido fichados por Hollywood. No hay que olvidar que este boom cinematográfico surge a raíz del empuje de la novela noir nórdica, con la exitosa saga literaria de Stieg Larsson en cabeza. En esta última década se ha hecho fuerte, y uno de sus mayores alicientes reside en la manera en que viene a desmontar el mito de la idealidad social reinante en los países del norte de Europa, estando presente en ellos la corrupción y el crimen, conformando así una cara tan poco amable y desconocida como sorprendente y necesaria. Sea como fuere, aquí llega en España  otra película que sumar a dicho movimiento, y encima como obra mayor del mismo. Se trata de  la cuarta entrega de Los casos del Departamento Q, que, obviamente, es una adaptación de una serie de novelas policíacas escritas por Jussi Adler-Olsen. 


 Tras una pared falsa durante una reforma, aparecen  tres cadáveres momificados alrededor de una mesa y un asiento libre. Este es el panorama con el que se encuentra el detective Carl Mørck y su asistente Assad en el filme. Ambos deberán seguir las pistas que les llevarán hasta una institución donde tenían lugar experimentos médicos. Allí, intentarán descubrir quién son los asesinados deviniendo en una historia oscura y retorcida que gira en torno a un caso reabierto por la tozudez de dos policías en horas bajas cuyas vidas (y carreras profesionales) confluyen repentinamente en la oscuridad del Departamento Q, una suerte de confinamiento temporal en pos de la jubilación forzosa mientras clasifican casos cerrados. Más allá de su deber, y en oposición a sus jefes, indagarán sin descanso hasta verse envueltos en una trama más turbia y compleja de lo que indicaba su cerrado expediente. Estos policías, a los que conocimos en el primera entrega y a los que se toma cariño, están a punto de separarse definitivamente en una caída a los infiernos.

No conviene desvelar demasiados detalles de la trama porque, aunque en el fondo sea más bien sencilla, hay bastante espacio para la sorpresa. Así pues, el encargado de hilvanar esa historia entre diálogos, giros y descubrimientos ha sido el guionista de la mencionada Millennium, Nicolaj Arcel. Se trata de una adaptación más relajada y personal que la mencionada, aunque sería injusto no decir que, probablemente, ya la hemos visto antes porque los recursos empleados son los típicos del género. 

Desde la primera secuencia, que te impacta duramente, El expediente 64 ya nos hace pensar en Seven (David Fincher, 1995), aunque por fortuna prevalece la sensación de estar ante una película con un estilo y una personalidad propios como tienen el resto de cintas de la saga. La textura visual del film remite al cine de este realizador, lo cual también es extrapolable al tono frío y sórdido que emplea y a la innegable fuerza que se oculta detrás de las cámaras. En ese sentido no se me ocurre mejor piropo posible a la hora de analizar una obra de género como ésta. Hay ritmo, ocasionales y perturbadores acercamientos a la claustrofobia, la pareja protagonista tiene química dentro de la pantalla y la historia avanza sin desfallecer hacia un final que deja sin aliento.Quizá en definitiva no sea ni más (ni por supuesto menos) que un ejercicio brillante y muy respetable antes que un trabajo memorable, pero resultan irreprochables su contundencia y su resultado