L’homme d’argile, el primer largometraje de la directora francesa Anaïs Tellenne, que se presentó en la sección Orizzonti Extra de la 80.ª edición del Festival de Venecia, constituye una obra que desafía las ideas predefinidas y elude todos los estilos habituales del cine contemporáneo sin caer en una originalidad forzada.
El tema de la película, que resulta sorprendente y evasivo a la vez, se explora con serenidad, con una pizca de misterio y exploración de las clases sociales y, sobre todo, con una incursión sin igual en el romanticismo, cortesía de un hombre corriente al que su físico ciclópeo le mantiene apartado del resto del mundo y de una artista que "odia la sensación de sentirse observada y juzgada"
Raphaël (Raphaël Thiéry), de 58 años, es el conserje, jardinero y manitas de una casa solariega aislada en medio del bosque —que lleva mucho tiempo deshabitada— donde tanto él como su madre (Mireille Pitot) viven en una de las dependencias. Más allá de los ensayos de gaita con la banda Terra Gallica y de las escapadas al bosque junto con la cartera (Marie-Christine Orry), el protagonista apenas tiene contacto con el mundo exterior. Hay que decir que su mastodóntica y tuerta coraza esconde tras de sí una fuente de preocupación más que otra cosa. Sin embargo, la llegada —en plena tormenta y sin equipaje— de Garance (Emmanuelle Devos), la liberada y solitaria heredera de la casa, que a su vez es una artista contemporánea a la que llaman "la dama azul" —famosa tanto por sus actuaciones como por tatuarse el cuerpo con cortes de carnicero—, pone patas arriba la vida de Raphaël y, con el tiempo, también la forma en que se ve a sí mismo. Y es que, al tiempo que sigue la pista de su extraña vecina, Raphaël se da cuenta de que Garance le ha elegido como modelo para sus estatuas de arcilla. Pero, ¿qué razón hay detrás de esto? ¿Se trata de un simple gólem en el que la artista ha decidido inspirarse, o hay algo más?
Al abordar esta historia, que cuestiona la normalidad en la condición humana y la influencia de la visión que los demás tienen de nosotros, la directora (que también escribió el guión) opera en un registro relativamente inusual, de manera que mezcla un relato distante con el realismo y crea una atmósfera y un ritmo muy personales. A pesar de que se trata de elecciones arriesgadas, acaban dando sus frutos en una película muy atractiva que debe mucho a sus dos carismáticos protagonistas y que, al mismo tiempo, constituye una prueba irrefutable de la llegada de una cineasta con voz propia.
Una delicia ver esta maravilla en el Festival de cine por mujeres.